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viernes, abril 19, 2024
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Es correntino el playero que pelea por su vida tras ser golpeado por un adolescente

Arturo López no vio venir el golpe. Tenía un brazo apoyado en la ventanilla de pago del estacionamiento y el otro, en reposo, al costado de sus piernas. Su cuerpo no estaba en posición de pelea. Tampoco, de defensa. Él aún no lo sabía, pero el adolescente que lo dejaría inconsciente ya se estaba preparando.

El chico de 17 años se acercó y se puso en el medio, entre su madre y Arturo, que discutían por un rayón que había aparecido en uno de los autos que la familia tenía estacionados en el garaje. Después, corrió a su madre hacia atrás. Y por último, pegó. Fue una piña directa a la cabeza y todo en Arturo empezó a perder realidad. Cayó desvanecido y su cuerpo chocó contra el suelo. Tuvo dos hemorragias cerebrales.

La noticia sobre lo que había ocurrido primero llegó a Curuzú Cuatiá, al sur de Corrientes, donde Arturo nació, pasó la mayor parte de su juventud y tiene familiares.

Después del ataque, y después de dar aviso a emergencias y a la Policía, un empleado del estacionamiento agarró el celular de Arturo, buscó en el registro de llamadas y marcó uno de los últimos números. Era el teléfono del mejor amigo de Arturo, quien desde Curuzú Cuatiá se comunicó con otra familia, que a su vez contactó en Buenos Aires a Mirian Luna, la ex esposa de Arturo y la madre de sus dos hijas.

“Nos cagó la vida. Te juro por Dios que nos cagó la vida. Estoy sufriendo desde el viernes a la noche cuando me enteré y voy a estar así por mucho tiempo más”, dice Agostina sentada a una mesa que comparte con su madre. Entre las tazas con café y los platos con medialunas y tostadas hay dos celulares: el de ella y el de su padre. Ese teléfono también suena a cada rato. Conocidos de su padre llaman ahí para tener alguna novedad. Llaman desde Corrientes, desde Buenos Aires, pero también desde la cuadra de Moreno al 800, donde Arturo trabaja desde hace 13 años.

La vida de Arturo

En 2008 terminó su carrera militar en el Ejército. Era joven para jubilarse y tampoco se podía permitir una vida sin trabajar, así que tomó ese empleo. Mirian y Florencia dicen que le gusta. Que disfruta de conversar con los vecinos, con los chicos del kiosco de al lado; también, con los del bar. Y si no hay alguien con quien charlar, mira la tele. Para él, dicen ellas, el estacionamiento es como una segunda casa. Y en esa segunda casa, de acuerdo a lo que pudieron reconstruir, ya había habido problemas con la familia del agresor, que solía dejar autos estacionados por estadías prolongadas.

“El chico es un violento. Desde la pandemia, ya no se hacía el servicio de valet parking. Cada dueño estaciona su auto. A él le habían explicado que estaban las cámaras y que se podía revisar si había sido otro dueño, avisarle a esa persona y que interviniera el seguro. Pero no escuchó”, dice Agostina. Su madre agrega: “Era la segunda vez que iban a prepotear por este tema”.

Mientras ellas están en el café, les avisan por teléfono que el padre del adolescente saldrá en vivo por televisión. Antes del mediodía, el agresor de Arturo se había presentado junto a su abogado en la fiscalía en lo Penal, Contravencional y de Faltas 12, a cargo de Sebastián Fedullo. Más tarde, la causa quedaría en manos del fiscal Mauro Tereszko, del fuero Penal Juvenil, bajo la carátula de “lesiones graves”.

 

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